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Isidoro Vicente
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Isidoro Vicente


Se trata de uno de los oficios tradicionales que han desparecido.
Afortunadamente aún contamos con al presencia de su principal protagoinsta: D. Isidoro Vicente


Además de los animales de carga o tracción usados en agricultura, la alimentación cotidiana dependía fundamentalmente de los cerdos que, sacrificados en Navidad, llenaban las despensas para el año y las cabras que daban la leche diaria y alguna cría para vender o comer. Luego estaban las ovejas que llegaban en verano, tras las cosechas, para aprovechar los rastrojos.

Pero quien realmente cuidaba y hasta mimaba los cerdos, cabras y ovejas no era tanto el amo como el ganadero que los pastoreaba por el campo de sol a sol. Y en verano, cuando el calor era fuego, los rebaños – de hasta trescientas cabezas- salían a la una y media de la madrugada para regresar por la mañana, a las nueve.

Nunca conocimos otro ni mejor ganadero que Isidoro. Quizá porque lo vivió desde niño. Su conocimiento de los animales era tal, que hasta don Julián Mata, el veterinario, le rogaba visitar el ganado enfermo si él tenía que ausentarse.

Pero Isidoro no sólo cuidaba a los animales: anillaba a los cerdos, castraba a los machos, curtía las pieles, apuntaba las fechas de los partos y aplicaba remedios. En sus largas horas de soledad aprendió a trabajar el hueso con el que hacía auténticas filigranas, y modelaba el metal hasta tal punto que el anillo de boda se lo fabricó él mismo de una moneda en curso que valía cincuenta céntimos.

Isidoro comenzó a trabajar en un rebaño a los siete años. El dueño se iba a casa a dormir y el niño se quedaba solo, con las ovejas en el campo. Una noche tuvo miedo del lobo y se escapó a casa. Su madre, la señora Julia, excelente bordadora y de gran corazón, pero con un firme carácter, sin conocer la soledad y el desamparo del pequeño, lo castigó y le ordenó regresar al rebaño. Pero el miedo era insuperable y el niño buscó un montón de heno donde pasar la noche. Al amanecer volvió con las ovejas. “¿Dónde estabas?” preguntó el amo, que acababa de llegar. “Fui a ver un nido” mintió asustado. El padre habló con el pastor y el niño nunca más durmió solo.

A los diecisiete años, Isidoro quedó huérfano. Su padre murió tras dos años en un hospital y él tuvo que sacar adelante a la familia. Como no pudo ir a la escuela, fue a los veinticuatro años cuando su primo Evaristo le enseñó a leer, a escribir y a hacer cuentas. Sobrevivió con trabajos esporádicos, escasos y mal pagados hasta el año treinta y nueve en que se hace cargo del ganado del pueblo durante veinte años.

En el cincuenta y ocho se casa con Sebastiana que servía en una casa de Peñaranda. Antes, un día de enero, a las diez de la mañana y previo aviso por carta, Isidoro llamó a la puerta. “¿Vive aquí Sebastiana?” preguntó. “Pase, está en la cocina” le dijo el dueño. Fue su primera cita. Se vieron tres veces más y en abril se casaron. El mismo día de la boda, regresan a Palencia en el coche de línea y al día siguiente Isidoro tuvo que ausentarse a buscar un rapaz que, aprovechando la boda, se marchó sin retorno. La nueva esposa tiene que madrugar y llevar el ganado al campo.

La felicidad duró poco porque al año siguiente, por un problema de seguros, Isidoro deja el ganado. Y mientras retorna a los trabajos esporádicos, tiene que ingresar nueve meses en el hospital aquejado de un quiste hidatídico por el que hubo que quitarle dos costillas y el esternón y que casi le cuesta la vida. Durante este tiempo, su esposa, embarazada del segundo hijo, no se separó de la cabecera y por las noches se quedaba cuidándolo y durmiendo en el suelo ya que por entonces no existía ningún acomodo para familiares. Era el verano de l960. La hora del parto llegó y nació una hermosa niña a la que pusieron Esperanza Hermelinda. La alegría de los padres – él aún hospitalizado- fue derribada por un golpe brutal porque nueve días después la pequeña fallecía. Isidoro superó estos trances, pero le esperaba otro largo ingreso por ictericia y su esposa mantenía a duras penas a la familia como lavandera o recogiendo leña. Fue la peor época.

Isidoro regresó al ganado, pero en el año setenta y uno el corazón – dañado desde el quiste- ya no le deja trabajar. Declarada la invalidez, le quedan cuatro mil quinientas pesetas mensuales hasta la edad de jubilación, en el ochenta y cinco, para alimentar a una familia de cuatro hijos –algunos con poca salud- y a una abuela inválida.

Viudo desde el noventa y nueve, ha vivido mucho y al límite y conoce bien la escasez, la enfermedad y el peligro. Salvó tres veces la vida: una en la mesa de operaciones, otra cuando se le desplomó una pared a dos metros de su espalda y otra cuando se mareó colocando un pararrayos en el tejado del campanario.

Isidoro es un hombre muy querido en el pueblo, trabajador, inteligente, afable, honrado, generoso, cabal. Siempre lo recordaremos volviendo del campo, entrando en el pueblo al atardecer, casi al toque de oración, abriéndose paso con el cayado y los perros entre una nube de polvo y tras él, el ganado con su trote y sus esquilas, deshaciendo el rebaño para buscar cada uno su casa.

Hoy, con ochenta y tres años dice que sus grandes alegrías han sido su esposa Sebastiana y sus hijos: Melchor, Juan Pedro, Bernardo y Esperanza. Disfruta de sus cinco nietos -¡uno ya en el Ejército!- y confiesa que echa de menos la belleza, la libertad y la paz que le daba el campo.

Textos: Pepa y Paquita Hernández (Octubre - 2005)

El niño, Isidoro, con sus padres Julia de Dios y Melchor Vicente en Badajoz. Aproximadamente: 1930
Maximiliano Vicente hermano de padre de Isidoro
La Señora Julia, madre de Isidoro con sus dos nietos mellizos: Juan Pedro y Bernardo
Sra. Julia (abuela), Isidoro y Sebastiana (padres) Niños: Melchor, Juan Pedro, Bernardo y Esperanza
Juan Pedro, Melchor, Bernardo y Esperanza
Sebastiana (mujer de Isidoro), con sus hijos gemelos, Juan Pedro y Bernardo, el día de su primera comunión
Bernadro, Juan Pedro y Melchro en la escuela
Bernardo, Esperanza y Juan Pedro, en la escuela.
Bernardo, hijo de Isidoro y Sebastiana. Agosto-2005
Andrea, Isidoro, Nevil, Bernardo y Turi. Frente a la casa de Isidoro en Palencia de Negrilla. Agosto-1995
Isidoro Vicente. Recordando viejos tiempos, con las ovejas. Agosto-1995
Isidoro Vicente. Recordando viejos tiempos, con las cabras. Agosto-1995
Isidoro Vicente. Recordando viejos tiempos. Agosto-1995
Isidoro Vicente. Recordando viejos tiempos. Agosto-1995
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