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Paquita y Pepa Hernández (22-12-2006)
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Paquita y Pepa Hernández (22-12-2006)


hijas de Quico el herrero (Tinarra) y Librada. Nos visitan desde Madrid


AQUELLOS QUE NOS FALTAN



Cada vez que un año termina, solemos hacer balance y este 2006 hemos perdido a dos primos hermanos: Tino y Agustín. Tino se nos fue el 20 de agosto en el Hospital 12 de Octubre de Madrid tras superar dos meses en la UVI luchando a cada minuto ferozmente con la muerte. Sufrió dos operaciones gravísimas : una a corazón abierto y otra tres días después de infarto intestinal. Cada complicación vencida se iba encadenando con otra nueva que nos tuvieron todo el verano con la esperanza en vilo hasta el final. Agustín murió en Salamanca el 24 de setiembre -hoy hace tres meses- en un proceso corto e inesperado. Padecía un tumor cerebral que según pruebas anteriores estaba calcificado e inactivo. Pero no era así y lo estaba minando lentamente hasta que en un par de semanas se desencadenaron unos síntomas devastadores que produjeron el desenlace.



Los dos nacieron en Palencia. Tino pasó toda su infancia y primera juventud aquí y en la década de los setenta fue uno de tantos emigrantes que dejaron el pueblo para buscar un futuro mejor. El primer destino fue Madrid y el segundo Alemania. Allí consiguió un excelente puesto de trabajo en una empresa. Pero lo esperaba su novia en España, Tina, que tanto lo habría de querer y de cuidar. Una vez casados, se establecieron felices en Madrid y nacieron Ana y Sara. Las preocupaciones de salud comenzaron cuando se le detectó una diabetes que de forma silenciosa le iba deteriorando el organismo.



Agustín marchó de casa con diez años a estudiar a Comillas y volvió para cantar misa. La escasez de aquellos años, la distancia y la férrea disciplina del seminario no apagaron nunca su sonrisa. Ni siquiera la enfermedad. A los 24 años superó casi milagrosamente una meningitis tuberculosa que lo tuvo desahuciado y que truncó otros estudios prometedores dignos de su inteligencia privilegiada. Igual que su hermano Teodoro, también fallecido, fue capellán de Aviación y como él, su último destino-bien lo recuerdan los antiguos soldados- lo ejerció en Matacán.



Por muy lejos que estuvieran, y de eso doy fe, ninguno de los dos olvidó nunca su crianza y amaron intensamente al pueblo. Aquí regresaban cuando podían para pasear en los veranos por estos bellísimos paisajes, en cuya limpia inmensidad las alondras cantan suspendidas en el aire y ningún accidente geográfico impide contemplar la grandeza de los amaneceres y ponientes.



¡Cuántas veces habremos recordado todos juntos aquellos años de niñez y juventud con sus trastadas y aventuras, cuando las campanas tocaban tres veces al día, las escuelas estaban llenas de niños y el pueblo rebosante de vida con las eras, la siega, la trilla, la matanza del cerdo, las fiestas, los carnavales.!



Yo sé que cuando alguien del pueblo muere -sea quien sea- todos lo sentimos porque con ellos se va una parte de nuestra historia común.



De Agustín y Tino, a pesar del dolor tan reciente de su pérdida, nos quedan muchas vivencias familiares intensas y entrañables. Y ahora que estamos en Navidad quiero recordar esta Nochebuena aquellas otras inolvidables de infancia, en casa de tío Salvador, con sus cánticos, turrones y reñidísimas partidas de cartas - ellos en el comedor concentrados en el juego y perdidos entre el humo del tabaco y nosotras en la cocina con las alubias y la lotería- hasta más allá de media noche.



Pero lo más bonito ocurría el día veinticuatro cuando Benilde ponía el nacimiento en un rincón del comedor con el niño Jesús más hermoso que jamás se haya visto. Al atardecer, nos convocaba a la familia y a los vecinos que llegábamos pisando escarcha. La chiquillería - unos tiritando y otros con mocos-, nos colocábamos apretujados junto al Belén y los mayores detrás. Y mientras desde el fogón llegaban los exquisitos vapores de la cena que Lumi estaba preparando, rezábamos expectantes el rosario, casi a oscuras, hasta que llegaba el misterio del Nacimiento. Entonces como por arte de magia, se encendían todas las luces y se iluminaba el portal. Luego, terminado el rosario, recitábamos poesías, cantábamos villancicos a voz en grito, besábamos al Niño y al final desfilábamos felices mientras Zoila y Benilde nos iban dando una enorme naranja a cada uno que nos parecía el manjar más rico del mundo.



Y allí, cantando, disfrutando con todos nosotros, estaban ellos, Tino y Agustín.



Jamás os olvidaremos.

Vuestras primas: Paquita y Pepa Hernández.


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